martes, 22 de junio de 2010

Dos palmeras en la playa

Imagen tomada de la Red
(Se retirará de inmediato si el autor lo desea,
y mi agradecimiento si lo autoriza.)
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La Luna ya está en menguante, pero hace dos noches lucía con todo su esplendor y al acostarme soñé…


Soñé en la playa, y también con ella meciéndose en las olas; sobre la arena, balanceaban dos palmeras por la fuerza del viento. Una muy cerca de la otra, crecían paralelas hacia el cielo sin que jamás llegaran a abrazarse, como mi Ella y yo.


Poco importa la distancia, mucha o poca, si no pueden rozar sus palmas las palmeras, ni nosotros nunca nuestras pieles.


En su paso por el cielo la luz de la Luna reflejaba sus sombras en la playa y le pregunté en mi sueño


–Selene ¿Tú la ves?
–La veo
–Dime ¿qué hace?
–Duerme, como tú
– ¡Oh, Selene! El viento no puede unir con su soplo a las dos palmeras que se me antojan símbolo de nuestros cuerpos, a las dos inclina a un tiempo ¿tú puedes?


Y Selene, diosa de los enamorados, susurró en mis oídos.


-Espera un poco, no despiertes.
-Quiero sentirla Selene, invítame a soñarla –y sonrió la Luna


A poco, observé que las sombras proyectadas por su luz se aproximaban según se deslizaba por el firmamento. ¡Oh, milagro! dos palmeras en la playa solapaban sus sombras formando una sola imagen. Su alma y mi alma, su cuerpo y mi cuerpo protegidos por Selene, a la luz de la Luna se besaban.
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Carlos Serra

martes, 1 de junio de 2010

Una alma pura en el balneario

 -El Jacuzzi me sentará bien - pensaba Leonor deseosa de meterse en el agua mientras se desprendía del jersey de cuello alto que la ahogaba.


Guardó su ropa en la taquilla y se dirigió a las instalaciones del Centro cuando, tras unos pasos, la detuvo el destello en una zapatilla que sobresalía del banco donde se sentó al descalzarse.


Al agacharse para descubrir qué le llamó la atención, observó con asombro que se trataba de una cadenita al parecer de oro. Alzó la cabeza para cerciorarse de si estaba sola y se dispuso a tomar la gargantilla, sin embargo, el espíritu de honradez que le inculcaron en el colegio de monjas hizo que titubease y se irguió no sin pesar, pero… había criticado tantas veces a quien se apropia de lo ajeno, que…


Ya en la puerta de salida sin decidirse a cruzarla, pensó que si no se la agenciaba ella lo haría la primera persona que entrase al vestuario.


Suspiró hondo porque la indecisión le disparaba la adrenalina y su corazón se aceleraba sin poder dominarlo. Volvió sobre sus pasos, se inclinó, y con mano temblorosa y los ojos cerrados, como no queriendo presenciar su renuncia, tomó la zapatilla por la parte trasera, la sostuvo unos segundos que le parecieron eternos y al fin la inclinó para que la modesta joya resbalara hasta la punta del calzado y con ella la maldita tentación.


Entró en el Jacuzzi, salió del Jacuzzi, se bañó bajo los chorros de agua, nadó en la piscina y disfrutó feliz de todas la instalaciones del SPA por haberse impuesto a una tentación -Qué sorpresa tendrá su dueña cuando se calce y encuentre su cadenita - y añadía -No es sólo el dinero que pueda valer ¿y si se lo obsequió un ser querido? ¿Cómo pude llegar a pensar…? - Y así una y mil razones satisfaciendo su alma limpia de pecado.


Ya en el vestuario, y frente al espejo, se miró con una sonrisa en los labios, que se fue borrando hasta cambiar a una mueca compungida al ver su cuello desnudo, y exclamó - ¡Mi gargantilla! ¡La medallita de mi madre! ¡Oh, no!-


Ni la zapatilla ni la gargantilla, sólo un papel sobre el banco en el que leyó “Gracias por el regalo”
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