
Aquél día se arrebujó en el alma su caricia y volaron al Olimpo mis sentidos. Querubines en el cielo cantaban al amor y enmascarados demonios tentaban la lujuria, mientras mi espíritu perdido danzaba entre los dos, y la razón, insensible, imponía su ley sin misericordia.
Mas, venció la consciencia de saber que la vida sólo alumbra el instante en que se vive y en cada uno se pierde el anterior, su dicha o su fracaso. Si una hora antes me hallaba sobre el brocal de los celos, fueron sus caricias bálsamo celeste para olvidarlos, una puerta al Edén del que no faltó morder del árbol la manzana.
¿Ilusión, ficción, deseo carnal, amor, dimensión etérea? ¿Y qué más da? Lo que importaba era la extroversión de mi sentir evidenciado al tacto de sus manos y la entrega de su cuerpo.
Ya no la tengo, y muero un poco cada día aferrado a su recuerdo, pero la espero en esas noches de desahucio que su presencia ahuyenta, porque es Ella mi Selene y yo Endimión, que si duermo la poseo y en la vigilia sueño sus besos.
Carlos Serra