jueves, 2 de septiembre de 2010

EL BESO



Cuando el viento del sur sopla saudades, abro las ventanas para que penetre el aire y se llenen mis pulmones del aliento que dejó en mi boca con su beso, un sólo beso, y fue bastante para saber que ya me amaba.
Era noche cerrada y bailaban las estrellas sobre las ondas del mar, y en el horizonte, una tenue claridad anunciaba el despuntar de la Luna; a lo lejos, la luz de las farolas del paseo solo era referencia que medía la distancia. Ella y yo, paseábamos la orilla sin zapatos chapoteando el agua; guardábamos silencio con tanto qué decirnos porque era difícil articular palabra sin descubrir la emoción que nos absorbía.
La tomé de la mano y sentí la presión de sus dedos en la mía en clara complicidad de un deseo compartido. El corazón rendido no pudo negarse a la caricia y me entregó su alma entre ola y ola esparcida por la arena. Agitados los suspiros, crecían sin freno las ansias por sentirnos. De su cuerpo al mío apenas nada, mi ropa y la seda de su vestido; lo mismo hubiera sido un muro porque eran sus ojos manteniendo mis pupilas prisioneras, eran sus hombros, su cuello y su piel en mis mejillas. Ceñí su talle en un abrazo, descansó en mi pecho la cabeza, ascendieron mis manos por su espalda y un ¡te amo! me escapó de la garganta.

Es extraño que pueda el beso derramar el llanto, esculpir en el alma una sentencia o firmar un compromiso, negando que solo sea el dolor causante de las lágrimas. Asomaron de sus ojos dos diamantes, sabor a sal, agua de mar que bañaban nuestros pies descalzos en la playa. Alzó el rostro, me miró, entornó los párpados, me ofreció sus labios entreabiertos y me elevé a la Nada perdida la noción del Universo.
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jueves, 22 de julio de 2010

El sólo instante de la vida


Adoración a la Diosa Artés
Pierre Henri Picou
(1.824-1895)
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Hoy fui feliz al darme cuenta que sigo siendo yo, que si el tiempo menoscaba la carne que me envuelve, el ser que me conforma se mantiene arrogante y se rebela.

Nací libre, mas, nunca supe que lo era hasta oír aquella voz dentro de mí. “¡Despierta ya!” me dijo un día la conciencia; y la escuché. Volé sobre la tierra, se ampliaba el horizonte, se alejaban los hombres, los coches, las casas; se empequeñecían las ciudades y desaparecieron las cuitas, lo fausto y el hambre, lo poco y lo mucho. Allí, desde el cielo, hermanada el alma al Universo palpé la Creación y creí en el Edén.

Desde arriba, asumí que es efímera la vida, que apenas cuenta el tiempo, que es sólo la sensación sentida en cada nuevo instante, y lo vivo; lo vivo y lo consagro en tanto la conciencia no se imponga si atenta a mi moral.
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martes, 22 de junio de 2010

Dos palmeras en la playa

Imagen tomada de la Red
(Se retirará de inmediato si el autor lo desea,
y mi agradecimiento si lo autoriza.)
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La Luna ya está en menguante, pero hace dos noches lucía con todo su esplendor y al acostarme soñé…


Soñé en la playa, y también con ella meciéndose en las olas; sobre la arena, balanceaban dos palmeras por la fuerza del viento. Una muy cerca de la otra, crecían paralelas hacia el cielo sin que jamás llegaran a abrazarse, como mi Ella y yo.


Poco importa la distancia, mucha o poca, si no pueden rozar sus palmas las palmeras, ni nosotros nunca nuestras pieles.


En su paso por el cielo la luz de la Luna reflejaba sus sombras en la playa y le pregunté en mi sueño


–Selene ¿Tú la ves?
–La veo
–Dime ¿qué hace?
–Duerme, como tú
– ¡Oh, Selene! El viento no puede unir con su soplo a las dos palmeras que se me antojan símbolo de nuestros cuerpos, a las dos inclina a un tiempo ¿tú puedes?


Y Selene, diosa de los enamorados, susurró en mis oídos.


-Espera un poco, no despiertes.
-Quiero sentirla Selene, invítame a soñarla –y sonrió la Luna


A poco, observé que las sombras proyectadas por su luz se aproximaban según se deslizaba por el firmamento. ¡Oh, milagro! dos palmeras en la playa solapaban sus sombras formando una sola imagen. Su alma y mi alma, su cuerpo y mi cuerpo protegidos por Selene, a la luz de la Luna se besaban.
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Carlos Serra

martes, 1 de junio de 2010

Una alma pura en el balneario

 -El Jacuzzi me sentará bien - pensaba Leonor deseosa de meterse en el agua mientras se desprendía del jersey de cuello alto que la ahogaba.


Guardó su ropa en la taquilla y se dirigió a las instalaciones del Centro cuando, tras unos pasos, la detuvo el destello en una zapatilla que sobresalía del banco donde se sentó al descalzarse.


Al agacharse para descubrir qué le llamó la atención, observó con asombro que se trataba de una cadenita al parecer de oro. Alzó la cabeza para cerciorarse de si estaba sola y se dispuso a tomar la gargantilla, sin embargo, el espíritu de honradez que le inculcaron en el colegio de monjas hizo que titubease y se irguió no sin pesar, pero… había criticado tantas veces a quien se apropia de lo ajeno, que…


Ya en la puerta de salida sin decidirse a cruzarla, pensó que si no se la agenciaba ella lo haría la primera persona que entrase al vestuario.


Suspiró hondo porque la indecisión le disparaba la adrenalina y su corazón se aceleraba sin poder dominarlo. Volvió sobre sus pasos, se inclinó, y con mano temblorosa y los ojos cerrados, como no queriendo presenciar su renuncia, tomó la zapatilla por la parte trasera, la sostuvo unos segundos que le parecieron eternos y al fin la inclinó para que la modesta joya resbalara hasta la punta del calzado y con ella la maldita tentación.


Entró en el Jacuzzi, salió del Jacuzzi, se bañó bajo los chorros de agua, nadó en la piscina y disfrutó feliz de todas la instalaciones del SPA por haberse impuesto a una tentación -Qué sorpresa tendrá su dueña cuando se calce y encuentre su cadenita - y añadía -No es sólo el dinero que pueda valer ¿y si se lo obsequió un ser querido? ¿Cómo pude llegar a pensar…? - Y así una y mil razones satisfaciendo su alma limpia de pecado.


Ya en el vestuario, y frente al espejo, se miró con una sonrisa en los labios, que se fue borrando hasta cambiar a una mueca compungida al ver su cuello desnudo, y exclamó - ¡Mi gargantilla! ¡La medallita de mi madre! ¡Oh, no!-


Ni la zapatilla ni la gargantilla, sólo un papel sobre el banco en el que leyó “Gracias por el regalo”
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jueves, 22 de abril de 2010

Cómo la rueca


Los siete dioses de la buena suerte
Con los ojos en el cielo ando las veredas hollando a cada paso un punto de inflexión en mi Destino. No hay opción en el siguiente para evadir el rango que el azar otorga. Marioneta en manos de los dioses, sorteo a tientas barrizales o me hundo en la ciénaga si eludo los abrojos. Y qué pocos los huecos vacíos de infortunio; un acertijo es, calzar el pie donde Afrodita dejó su huella, o pisaron los Siete Dioses de la Buena Suerte.
Mas, nunca cede la esperanza y doy por muerto lo vivido, extraigo de reveses la experiencia para cambiar a un golpe de timón, la derrota sobre el mar de mis errores. Sean otros los confines, otro el horizonte donde la ilusión se mantenga como una luz que alumbre la existencia.
Se ha de saber que el mundo es una rueca girando sin cesar; que volverá el invierno y tornará otra vez la primavera verdeando las ramas de los árboles; que todo se repite en el ciclo interminable del sistema porque nunca se paran los relojes, pero al hombre se le desgasta el mundo aunque nazca cada día a su futuro. 
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sábado, 3 de abril de 2010

3ª carta que me escribo.




Soledad
*
 

Hoy es un día como tantos, como muchos, casi como todos, todo sigue igual en el mundo que me envuelve; vegeto entre la calma de un tiempo que el reloj detuvo perdidas las agujas de las horas. La vida es un hastío cuando la soledad te cerca y no hay más objetivo que mirar tras la ventana esperando que los cuerpos alarguen sus sombras. Hoy, se asoma el desencanto porque el silencio ahogó la primavera de un corazón esperanzado y vuelve la moviola a recordarme la efímera ilusión del pensamiento fiado en la ignorancia.

Sé que estoy en el tiempo y lugar equivocado, que nací tocado de nirvana y no asumo la renuncia al canto de otros dioses.

Y aunque me batan las olas cuanto quieran, alfombren de piedras mi sendero, de espino las veredas y un abismo de vacíos cerque el paso, no logrará el Destino acallar el grito de mi alma que clama en el desierto.

Prisionero de un sentir nunca vivido, seguiré soñando, y creyendo que el mundo es diferente, que un día romperán las cadenas que me enclaustran y el dios de las bondades me mostrará la senda.

Pero… pueda ser, que llegue tarde.

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Carlos Serra

miércoles, 24 de marzo de 2010

En la consulta

El Dr. Míguelez aparece en la puerta de su consultorio y pronuncia alzando la voz.
–Mariano Pérez
¬–Para servir a Dios y a usted –responde el paciente más próximo a la puerta en tanto se descubre de la boina e inclina respetuoso la cabeza.
–El doctor, algo sorprendido le invita a pasar diciéndole.
–Tome asiento y dígame que le pasa.
–Que tengo un dolor muy fuerte, aquí, en el estómago, ¿sabe usted?
– ¿Le ocurre con frecuencia?
–Pues mire usted, más que menos.
–Ya ¿Y desde cuando le aqueja ese dolor?
– ¿Desde cuando qué?
– ¿Qué desde cuando siente esa molestia?
– Hombre, a mí no me molesta, es que me duele, ¿sabe usted?
–Eso es lo que le pregunto, y desde cuando.
– ¡Ah! es que uno es del campo ¿sabe usted?
–No se preocupe, y dígame ¿Ha observado si sangra cuando defeca?

Mariano abre los ojos desmesuradamente ante la pregunta de si se desangra cuando hace no sabe qué y pregunta angustiado.

– ¿Y eso es malo doctor?

Y el doctor, que se arma de paciencia, le repite.

–No hombre, no. Lo que le pregunto es si ha descubierto sangre en las heces, si evacua con normalidad y si las deposiciones presentan un color negruzco.

El aturdido Mariano ya no entiende nada, pero piensa que el médico está empleando un lenguaje muy fino y deseando estar a la altura le responde.

–Mire usted, doctor, lo de las “disposiciones” lo entendí, pero no sé que es eso de las “feces” ni si es grave que sangren las “defecas”; a mí, lo que me pasa, es que me duele la barriga y cuando cago la mierda es blanda y tiene un aroma muy fuerte.


Carlos Serra