
De: Pieter van Laer (Il Bamboccio)
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A él, bastante mayor que la bella mujer que tiene frente a sí siempre le ocasionó un complejo razonable de inseguridad para conseguir enamorarla. Ahora, que mantiene la mirada tan cerca de su rostro que puede aspirar su aliento, es incapaz de contener la emoción y le susurra con la voz entrecortada.
-Te lo aseguro Elis, y si quieres puedo jurarlo, que doy con gusto el resto de mi vida por despertar en ti el goce del amor entre mis brazos, aún por una sola noche.
-¡Anda ya! No exageres – responde Elis con una carcajada al aire en tanto que sus ojos brillan por el halago.
-Es como lo siento en este instante. No me queda otra ilusión en la vida más que este sentimiento que me vale un mundo. Tu boda con Rafa está próxima y asistiré a ella como la última ofrenda que puedo hacerte, después… que más me da cualquier cosa, cada hora que viva será un tormento.
-Calla por favor, me duele que hables así porque yo también te quiero con un cariño que me desborda en ternura, pero es distinto al amor que tú deseas. A Rafa le conocí antes que a ti, él me adora y creo que le amo, aunque ahora ya no estoy tan segura, además, su situación económica es la única tabla de salvación para no perderlo todo, sabes que estamos en la ruina total, mi padre está moralmente hundido y aunque no me lo pide abiertamente, sé que lo está deseando
-Elis, mi querida Elis, no puedes casarte por conveniencia, Elis.
-Si solo fuera eso no lo haría, pero yo también le quiero.
-Cariño, acabas de manifestar dudas.
-Ay… es que mirándote a los ojos mi espíritu se conmueve, la tristeza infinita que veo en ellos me apena tanto…
-Amor, amor, piensa lo que haces porque luego no hay retorno, pero no tengas en cuenta mis sentimientos.
-Que bueno eres, corazón.
-No lo creas, soy racional en este caso, una vez casada no podré acosarte ni querré verte porque sufriríamos los dos y te deseo lo mejor, aunque sea con otro hombre. Marcharé lejos, buscaré una casita en lo alto de un monte y viviré como ermitaño si es preciso, te dije que la vida no tiene sentido sin ti, y lo repito, la doy con gusto por una noche de amor contigo. Lo juro, lo juro, amor, lo juro sobre la Biblia, o ante el mismo demonio que me tiene el corazón envenenado –jura con desespero señalando la pintura de Pieter van Laer que cuelga en la pared.
Y Juanma, cierra los ojos para evitar que las lágrimas descubran el dolor que le acongoja mientras el dorso de su mano acaricia el rostro de la amada con exquisita delicadeza. Sus labios van posando pequeños besos de cariño en sus mejillas, su frente, su cuello, su pelo.
-Oh, Juanma, ho…
-No temas mi amor, sólo son besos tiernos, como a un bebé, besos que se escapan de la cárcel de mi boca donde están presos.
-Juanma… me vuelves loca, para, para que no puede ser.
Y Juan Manuel se separa unos centímetros para tomar su cara con mimo y mirándola a los ojos exclama.
-Te amo, Elis, te amo… -y en las pupilas de la joven advierte ser correspondido en tanto que sus labios se entreabren deseando el beso.
No pueden evadirse a la pasión que les envuelve y la caricia se prolonga hasta el ahogo. Ambos, extasiados en sus sabores, se sienten transportados a una dimensión ignota donde toda percepción de la realidad son sus almas unidas en un solo sentimiento.
-Ven –dice Elis sin desasirse del cuerpo de Juanma y caminan abrazados al dormitorio de la joven.
Cumplidas las primeras manifestaciones de apasionamiento Elis toma el teléfono de la mesilla de noche.
-Mamá, hola mamá, no me esperéis esta noche, me quedo en casa de dos amigas de la oficina. –Y tras despedirse de su madre desconecta el móvil y se abraza de nuevo a Juan Manuel.
-Te voy a deshacer amor mío, esta noche y todas las noches de nuestras vidas. Tú has ganado el universo para mí y ya sólo soy tuya. Lo siento por papá.
Hasta la madrugada, a Gloria les suenan las campanas cubriéndose de rosas los dos cuerpos e inundados de amor bajo las sábanas.
-Hola, mamá ¿qué ocurre? –y tras la respuesta, un grito de alegría sorprende a Juanma.
Al colgar le cuenta que su padre acertó trece resultados de una quiniela que, aunque no representa una gran fortuna, sobrará para solucionar su precaria situación económica.
La felicidad inunda a la pareja que se ven liberados de la responsabilidad adquirida al confesarse su amor rompiendo el pactado compromiso de boda con Rafa. Se abrazan de nuevo, y de nuevo se bañan en las mieles del amor con la pasión desatada.
La dicha parece completa, pero en pie queda un juramento ante el autorretrato de Pieter van Lae donde se lee en la partitura musical "Un canon para tres voces" esta lapidaria frase:
Carlos Serra Ramos