sábado, 10 de enero de 2009

EL VALIENTE RATONCITO KOKI






Cuento infantil (Serie de tres cuentos)
(2 de 3)

EL VALIENTE RATONCITO KOKI



Había una vez un ratoncito pequeño y gordinflón llamado Koki que vivía entre las páginas de un cuaderno de dibujos. Una niña de seis años lo dibujó tan bien, tan bien, que se convirtió en un ratoncillo de verdad, pero claro, al mismo tiempo era un dibujo, y el cuaderno era su casita. Otros animalitos dibujados eran sus vecinos y amiguitos.

En ese cuaderno, la niña -que se llamaba Mina- creaba con el lápiz y su fantasía multitud de cosas y figuras; juguetes, paisajes, niños y niñas, y todos los animalitos que conocía.

Podéis imaginar lo bien que Koki se lo pasaba correteando por todas las páginas y jugando con todos los juguetes dibujados. Hasta conducía un cochecito muy lindo que Mina pintó un día.

Para que no se escapase nunca del cuaderno Mina le dibujaba tantos quesos como Koki se comía, pero cierto día, sus papás hubieron de marchar de viaje y ella se quedó en casa de su abuelita mientras ellos volvían. Como se retrasaron más de lo previsto, ocurrió que en una semana no pudo dibujarle a Koki el queso que necesitaba y, entonces el ratoncito, una noche y otra tambien, salió del cuaderno y se fué derecho a la alacena de la cocina, que es donde se guardan los alimentos. Nadie podía verle porque nadie estaba en casa y como tenía mucha hambre empezó a buscar por todos los cajones y armarios hasta encontrar un hermoso queso de Burgos que tanto le gustaba. Como no podía llevárselo al cuaderno porque no era un dibujo, se lo fué comiendo en la cocina noche trás noche. Cuando volvieron del viaje los papás de Mina ya casi lo había consumido todo.

Ni que decir tiene que pusieron ratoneras por todos los rincones porque su mamá tenía mucho miedo a los ratones. Claro que tampoco sabían que fuese el ratoncito Kaki.

Cuando Mina se enteró de que se habian puesto tantas trampas para cazar a su ratoncito fué enseguida al cuaderno, y... ¿sabeis que hizo? Dibujó una casita en la que Koki quedaba dentro. La pintó con la puerta cerrada para que no pudiera escapar y caer en la ratonera. Y, también le dibujó muchos, muchos quesos para que no pasara hambre.

Pero claro, entonces no era posible verle, de modo que se le ocurrió dibujar las paredes de cristal. Asi le veía, sabía que hacía y no podría escapar.

¡Aaah...! ¿Pero sabeís que pasó? Que al día siguiente, Koki tenía los ojos llenos de lagrimitas porque se encontraba prisionero en su casita transparente. Ya no podía salir a jugar ni visitar a sus amiguitos del cuaderno.

Cuando Mina se dió cuenta de la tristeza de Koki, borró la puerta que estaba cerrada y dibujó una más grande y abierta, y le dijo.

- Koki, podrás salir de la casita y pasear por todas las páginas del libro, pero por favor, no te escapes de él que mi mamá a puesto muchas ratoneras y corres un gran peligro si sales.

El ratoncito que sólo se convertía en uno de verdad cuando no había nadie, cuando nadie le veía, en esta ocasión movió un poquito la colita.

¡Aaah...! Queridos niños y niñas que leéis este cuento, o que lo escucháis. Aconteció algo que debéis saber.

Un día, poco después de lo que os he contado, Mina estaba como otras veces haciendo sus deberes del cole, y el cuaderno de dibujos lo tenía abierto por la página donde se encontraba Koki en su casita, que como era de cristal se entretenía observando lo que la niña hacía.

En eso, vio como Mina quería coger un libro de una estantería a la que no alcanzaba. Acercó una silla y se subió a ella con tan mala fortuna, que resbaló al suelo golpeándose en la cabeza.

Quedó quieta, como dormidita, y no se movía. El golpe fue muy fuerte y se había desvanecido. Koki al verla se asustó mucho y no sabía que hacer. Salió del cuaderno, bajó de la mesa y acudió a su lado. Con sus patitas le daba palmaditas en las mejillas y con sus dientecillos estiraba sus cabellos intentando reanimarla. Pero nada, Mina no se movía.

Entonces pensó que debía pedir ayuda y como, además, de glotón era muy listo, se fué corriendo a la cocina donde acostumbraba a estar su mamá. En efecto, la encontró barriendo el suelo y, plantándose ante ella, comenzó a chillar para llamar su atención ¡Iiii...! ¡Iiii...! que es como chillan los ratones. ¡Ay, cuando doña Elvira - que así se llamaba- vio al ratoncito!

¡Uy! ¡Uy! -Gritaba- ¡Un ratón! ¡Un ratón! Y con la escoba empezó a perseguirlo dando escobazos por todas partes. Koki los esquivaba como podía y con su patita delantera señalaba hacia la puerta.

Claro, doña Elvira no entendía nada y seguía con los escobazos. Koki se iba al pasillo pero la mamá de Mina no se atrevía a perseguirlo porque le asustaba Koki. Hay muchas señoras que tienen miedo de los ratones aunque sean pequeñines. Pero tanto insistió Koki en hacerse ver y en sus demostraciones para que le persiguiera que al fin, doña Elvira, con la escoba en alto y con mucho temor, fue tras él esperando la oportunidad de asestarle un golpe.

Cual sería su sorpresa al comprender la intención de Kaki, al descubrir a Mina en el suelo, como dormidita, sin conocimiento por el chichón recibido.

Se olvidó como es natural del ratoncito y de todo. La cogió en brazos, la llevó a su camita, llamó al médico y Mina se repuso pronto. No había sido nada grave y sirvió para que a partir de ese día, al ratoncito se le considerase como un héroe porque se había enfrentado a los escobazos de doña Elvira para salvar a Mina.

¿Y sabéis que? Pues que Koki pudo pasear libremente por toda la casa. Quitaron las ratoneras y la mamá de Mina perdió el miedo a los ratones.
¡Con deciros que alguna vez, principalmente los domingos, le invitaban incluso, a comer en la mesa!

Y colorin, colorado, este cuento se ha acabado, pero las aventuras de Koki no han terminado. Y yo espero, que el cuento de Koki os haya gustado.




C. Serra Ramos
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