Me pesa ser un hombre bueno, sentir como propio el daño ajeno, amar con arrebato y entregar la vida por un beso. Me pesa, sí, pero me pesa por observar cierto egoísmo en cuanto doy, en cuanto siento y en la entrega del amor porque espero ser correspondido de igual modo y, eso más o menos, es un trueque que desdice la bondad que presumía.
Mas, el desengaño, la pérdida de un amor que le hacías tuyo, entraña sufrimiento, dolor y pesar, se cierran las ventanas al futuro y la angustia oprime el corazón hasta el ahogo. Y… ¿qué hacer cuando el sentimiento esclaviza a la razón? Se me ocurren estos versos por si en ellos encuentro la respuesta sabiendo que el amor, ni se exige ni se impone:
Haber vivido mucho
nos muestra los colores de la vida,
todos lo sabores de la fruta,
la quinina con toda su amargor
y la acidez del vino rancio.
Es un bagaje
que fue recopilado en la andadura
de cada tramo,
y triste es olvidar
que en ellos,
son parte del rosal
la rosa y las espinas.
Los besos se desgastan,
se acaban las palabras
y se olvidan promesas y suspiros,
pero…
a uno de los dos, como la muerte,
le llegará más tarde
el soplo del olvido.
Sí, ser bueno pesa.
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