viernes, 13 de noviembre de 2009

Ya no la tengo


Imagen tomada de la Red



Aquél día se arrebujó en el alma su caricia y volaron al Olimpo mis sentidos. Querubines en el cielo cantaban al amor y enmascarados demonios tentaban la lujuria, mientras mi espíritu perdido danzaba entre los dos, y la razón, insensible, imponía su ley sin misericordia.

Mas, venció la consciencia de saber que la vida sólo alumbra el instante en que se vive y en cada uno se pierde el anterior, su dicha o su fracaso. Si una hora antes me hallaba sobre el brocal de los celos, fueron sus caricias bálsamo celeste para olvidarlos, una puerta al Edén del que no faltó morder del árbol la manzana.


¿Ilusión, ficción, deseo carnal, amor, dimensión etérea? ¿Y qué más da? Lo que importaba era la extroversión de mi sentir evidenciado al tacto de sus manos y la entrega de su cuerpo.

Ya no la tengo, y muero un poco cada día aferrado a su recuerdo, pero la espero en esas noches de desahucio que su presencia ahuyenta, porque es Ella mi Selene y yo Endimión, que si duermo la poseo y en la vigilia sueño sus besos.



Carlos Serra

viernes, 6 de noviembre de 2009

2ª carta que me escribo

 Esta es la segunda carta que me escribo porque me busco y no me hallo, y sé bien que soy quien soy, pero no me reconozco entre la gente, y si quiero descubrirme me evado del mundo y de mí mismo y navego el universo desde mi yo interior, me reconozco ente ausente de la tierra que habita los espacios infinitos. Aquí, mi cuerpo tendido no es más que el envoltorio vacío cuando el alma lo abandona, un hálito de vida le sostiene mientras el corazón late, pero está inerte si la mente que rige su conducta se haya en otra dimensión, igual que cuando duerme.
A veces pienso si mi cordura desvaría porque percibo el mudo ignoto, me asomo a los ancestros, al mundo no vivido, y me encuentro en el lugar de donde vine, al lugar que volveré, noche sin tiempo donde mi esencia se integrerá a un Todo.
Hoy, que penetré en esa dimensión desconocida prendida la mirada en unos ojos, supe que no estoy loco porque viví la ingravidez desprendida el alma de mi cuerpo. Un éxtasis infinito me invadió cuando se ausentó el entorno y fundido quedó el mundo en sus pupilas.
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miércoles, 23 de septiembre de 2009

Desenfrenado amor en la casita del lago


Imágen tomada de la Red (merimss.lacoctelera.net...0601hagamos-amor)
*


Seis tonos y al fin, la voz de Marta.

–¿Sí…?
–Hola, princesa, ¿te va bien a las siete?
–Hola, Nino ¿Tan tarde?
–He de pasar por el despacho a las seis para recoger unos planos que me son precisos, pero si te parece…
–No, no. Sólo lo dije por la cena. Por si se nos hace tarde.
–Ah, no te preocupes. Tengo una mesa reservada para las nueve y media en el restaurante Los Cisnes que tanto te gusta.
–Eres un encanto, mmmm… estás en todo.
–Pues quedamos a las siete. Te haré una llamada al móvil y bajas ¿vale?
-Sí, tesoro.

Marta era una mujer joven, 35 años, de cara aniñada y un cuerpo escultural; se había enamorado de José Luís, un hombre en esa edad en que la juventud palidece pero se compensa con la personalidad que otorgan los años. Arquitecto de profesión ya se le adjudicaban las obras más comprometidas aunque sólo fuera por prestigiarlas con su nombre.

Su dedicación al trabajo le consumía todas las horas del día y parte de la noche y, con su fortuna que se duplicaba constantemente, se permitía conseguir cualquier deseo, desde la propia mujer con la que se casó por una apuesta, hasta el derecho de pernada para pasar la noche de boda con la novia de un empleado suyo. Todo tenía su precio, decía, y no dudaba en pagarlo por alto que fuera para satisfacer su capricho.

Pero con Marta era otra cosa, no amor precisamente, pero afirmaba que esa mujer le había envenenado los sentidos, y no le importaba, era la válvula de escape que le mantenía al margen de su vida pública.

Para sus noches de amor había alquilado una hermosa casita con embarcadero, junto al embalse de Entrepeñas, en pleno bosque. Una lindeza. Dos o tres días al mes no se podía encontrar a José Luís porque se desconectaba del mundo para vivir con Marta las horas más felices de su vida. Nadie reconocería al famoso arquitecto recitando versos a su amada al pie de un sauce junto al lago, o riendo a mandíbula batiente las gracias de Marta que no hubiera despertado la sonrisa de un chiquillo.

–Si me olvidas creo que me arrojo al pantano, no lo soportaría, cielo –le decía Marta aparentando en su rostro la angustia que tal pensamiento le reportaba.
–Y si no te olvido, el desahuciado seré yo porque ya no se vivir sin tu aliento –respondía José Luís seguro de que no le convenía su empecinamiento por los encantos de Marta.
–¿No sabrías vivir sin estos bomboncitos que te vuelven loco? –Decía rozándose las protuberancias de los pezones erectos bajo la seda de su blusa.
–¿Quieres uno? -le incitaba con picardía.

Conocía bien las debilidades de Jos, y cómo explotarlas para conseguir cuanto quería. Sin embargo, no todo era interés por su bienestar social, los regalos, su dinero… Le gustaba, le tenía afecto y en las horas de amor le amaba, sí, era un hombre fogoso, un semental, y ella, toda fuego; una mujer nacida para Afrodita, una diosa plena de dulzura y bacante para cualquier orgía.

A las siete en punto José Luís llamaba por el móvil.

–¿Bajas? Estoy frente a tu casa – dijo al responder.
–En seguida, cariño.

Y al minuto siguiente ya estaba instalada en el asiento del Jaguar.

–Uf, estoy nerviosa, siempre me ocurre cuando has de venir.
– ¿Por qué, princesa?
– Por la ilusión de verte, amor, –lanzando un beso al aire para no mancharle los labios de carmín – por estar juntos. Siento siempre la misma sensación del primer día. ¡Ay, te quiero tanto…!
–Mi princesa, seguro que la ilusión mía aun es mayor –respondió José Luís agradeciendo sus palabras. Fuera verdad o mentira todo lo que alimentaba su egolatría le llenaba de satisfacción.

Cenaron en la terraza del restaurante. Las noches aun eran templadas a finales de agosto y el enorme
embalse, casi un mar bañando la luna, invitaba a la pareja al más puro romanticismo.

Entrelazadas sus manos, los ojos devolvían la mirada envuelta en la dulzura del deseo y brincaba el corazón en cada roce de los pies desnudos de Marta entre la piernas de José Luís.

– ¿Nos vamos? No aguanto más, Nino. – “Nino” era el adjetivo más cariñoso que le dedicaba cuando deseaba ser escuchada.

Minutos antes de las diez dejaban la carretera para adentrarse por un camino sin asfaltar. A poco más de dos kilómetros apareció la casita del bosque, cercada por un gran muro de piedra en tres de sus cuatro costados, el cuarto miraba al pantano desde el alto donde se había construido, y una gran terraza suspendida, le otorgaba una visión extraordinaria del paisaje.

Se abrió la verja al pulsar el telemando y el coche rodó con suavidad por el pasillo de grava hasta la puerta. A Marta le parecía un sueño, le gustaría quedarse allí para siempre junto al hombre que la cubría de atenciones y que en amor no era remiso.

Dos escalones, el porche, “tequieros” temblorosos y unos primeros besos en la penumbra. Ya en el interior encendieron las luces del salón amueblado con magnificencia y buen gusto.

–Ponte cómoda, princesa, y dime si te gusta lo que hay en el vestidor.
–Ayayay… seguro que es alguna sorpresita de las tuyas.

En tanto volvía, preparó dos copas y abrió una botella de Möet Chandón, atenuó las luces e hizo sonar en el equipo de música el Bolero de Rabel. Giró ligeramente el butacón donde se había sentado y esperaba ver aparecer a Marta por la salida del pasillo. No pudo reprimir un ¡oh! de admiración ante la belleza de aquel cuerpo envuelto en tul. Bajo el salto de cama la piel resplandecía más que la gargantilla de esmeraldas en su cuello, o el brazalete de brillantes en el tobillo.

–Eres una diosa, Marta ¿De dónde habrás llegado a la tierra? No sé si sueño o es realidad que soy el más afortunado de todos los hombres tan sólo en contemplarte –le susurraba convencido de expresar lo que sentía – Por nuestro amor, princesa, diosa del Olimpo – añadió al hacer sonar las dos copas en un brindis de ilusión.

–Querido, querido. Soy tuya, no sueñas ¿es qué no percibes el sabor de mis besos?

Y sus labios entreabiertos volvieron a encontrarse sintiendo la ansiedad por poseerse. Marta, incapaz de reprimirse, jadeaba excitando más la virilidad de José Luís, que no cejaba en acariciar su piel. Ora la espalda, ora su cuello, sus senos, sus nalgas. Todo su cuerpo en sus manos y, en el alma, el mayor amor del mundo en esos momentos.

–Ven, vamos, ya te dije en el restaurante que no aguantaba más, y ahora, ya no resisto, Nino.

Y entre besos y caricias llegaron al dormitorio. Él, se desvistió en segundos. Ella, esperaba tendida en el lecho ser liberada de la lencería por sus manos, sabía cuanto incrementaba su libido si con cada prenda sustraída serpenteaba su cuerpo ofrecido al hombre que la amaba.

Con exquisita dulzura paseaba sus labios la piel rosada, en tanto que sus dedos prolongaban la caricia descubriendo su flaqueza. Y volvieron los besos a recorrer perfiles, recovecos y vertientes, sus costados, su vientre…

Marta, sin dar tregua al vaivén de sus caderas, sentía cómo la lengua del hombre humedecía su entrepierna consiguiendo estremecerla. Al fin, posada en su hendidura, gritó arqueando la espalda en la gloria indescriptible del dios Eros.

–Espera, cielo, espera. Que se prolongue el éxtasis que nos embarga. ¿No olvidas algo?
– ¿Qué?
–Los pañuelos, mis muñecas. Me gusta sentirme indefensa entre tus brazos.
–Eres única. ¡Que mujer! También por eso te deseo tanto, hembra en celo que en mí se satisface, –murmuraba mientras con las prendas de lencería ataba sus muñecas a las esquinas de la cama.
–Los pies, también los pies, mis piernas abiertas, separadas dejando a tu hombría el paso libre.

José Luís apenas atinaba en anudar las sedas a las muñecas y pies de Marta. Cuando lo hizo la miró con los ojos entornados reflejando en su rostro la lujuria que lo poseía. Ésta era tal, que deseaba atenazar su cuello, ceñir entre sus dedos la belleza de aquel rostro sintiéndose dueño de su vida. La envolvió con sus besos, absorbió sus esencias vaginales y la cubrió con su cuerpo arremetiendo una y otra vez hasta proferir un grito prolongado más allá del orgasmo.


***



A los dos días se denunció la desaparición del famoso arquitecto don José Luís Gordon. Eran normales sus ausencias pero nunca su silencio. Se debía a sus múltiples compromisos y no podía permitirse la libertad de no dar señales de vida más allá de veinticuatro horas. Le vieron por última vez el lunes por la tarde y el miércoles se dio parte a la policía, al día siguiente en la primera página de todos los periódicos se anunciaba su desaparición, incluso, dejando entrever un posible secuestro. La noticia siguió siendo de interés durante los días siguientes en tanto no se tenía pista alguna sobre su extraña desaparición.

A la semana justa, en la casita de alquiler junto al pantano de Entrepeñas, donde José Luís y Marta gozaron por última vez sus horas de amor, irrumpía la policía no dando crédito a sus ojos ante la escena que contemplaban horrorizados.


……………………………



Han pasado tres meses y en un psiquiátrico de la provincia, una joven mujer, lívido el rostro y enormes ojeras, se halla en el jardín sentada en una silla de ruedas, con la mente vacía y la mirada perdida en una sola imagen. Sobre ella, envuelto en un hedor nauseabundo, yacía el cadáver descompuesto de un hombre, por cuyos orificios nasales, boca y ojos, asomaban los gusanos alimentados por la carne putrefacta, en tanto que persistía en sus oídos un desgarrado grito, mezcla de placer y muerte.
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Carlos Serra

sábado, 29 de agosto de 2009

El precio del amor





Autorretrato como mago
De: Pieter van Laer (Il Bamboccio)
*


El salón se halla tenuemente iluminado por la tarde que declina. Llega el otoño, y en estas fechas, hay días que apetece encender el hogar donde ahora chisporretean dos leños. Frente a él, sentados en el confortable sofá, Elis y Juan Manuel dialogan tomadas sus manos en actitud de ternura y confianza.

A él, bastante mayor que la bella mujer que tiene frente a sí siempre le ocasionó un complejo razonable de inseguridad para conseguir enamorarla. Ahora, que mantiene la mirada tan cerca de su rostro que puede aspirar su aliento, es incapaz de contener la emoción y le susurra con la voz entrecortada.


-Te lo aseguro Elis, y si quieres puedo jurarlo, que doy con gusto el resto de mi vida por despertar en ti el goce del amor entre mis brazos, aún por una sola noche.


-¡Anda ya! No exageres – responde Elis con una carcajada al aire en tanto que sus ojos brillan por el halago.


-Es como lo siento en este instante. No me queda otra ilusión en la vida más que este sentimiento que me vale un mundo. Tu boda con Rafa está próxima y asistiré a ella como la última ofrenda que puedo hacerte, después… que más me da cualquier cosa, cada hora que viva será un tormento.


-Calla por favor, me duele que hables así porque yo también te quiero con un cariño que me desborda en ternura, pero es distinto al amor que tú deseas. A Rafa le conocí antes que a ti, él me adora y creo que le amo, aunque ahora ya no estoy tan segura, además, su situación económica es la única tabla de salvación para no perderlo todo, sabes que estamos en la ruina total, mi padre está moralmente hundido y aunque no me lo pide abiertamente, sé que lo está deseando


-Elis, mi querida Elis, no puedes casarte por conveniencia, Elis.


-Si solo fuera eso no lo haría, pero yo también le quiero.


-Cariño, acabas de manifestar dudas.


-Ay… es que mirándote a los ojos mi espíritu se conmueve, la tristeza infinita que veo en ellos me apena tanto…


-Amor, amor, piensa lo que haces porque luego no hay retorno, pero no tengas en cuenta mis sentimientos.


-Que bueno eres, corazón.


-No lo creas, soy racional en este caso, una vez casada no podré acosarte ni querré verte porque sufriríamos los dos y te deseo lo mejor, aunque sea con otro hombre. Marcharé lejos, buscaré una casita en lo alto de un monte y viviré como ermitaño si es preciso, te dije que la vida no tiene sentido sin ti, y lo repito, la doy con gusto por una noche de amor contigo. Lo juro, lo juro, amor, lo juro sobre la Biblia, o ante el mismo demonio que me tiene el corazón envenenado –jura con desespero señalando la pintura de Pieter van Laer que cuelga en la pared.


Y Juanma, cierra los ojos para evitar que las lágrimas descubran el dolor que le acongoja mientras el dorso de su mano acaricia el rostro de la amada con exquisita delicadeza. Sus labios van posando pequeños besos de cariño en sus mejillas, su frente, su cuello, su pelo.


-Oh, Juanma, ho…


-No temas mi amor, sólo son besos tiernos, como a un bebé, besos que se escapan de la cárcel de mi boca donde están presos.


-Juanma… me vuelves loca, para, para que no puede ser.


Y Juan Manuel se separa unos centímetros para tomar su cara con mimo y mirándola a los ojos exclama.


-Te amo, Elis, te amo… -y en las pupilas de la joven advierte ser correspondido en tanto que sus labios se entreabren deseando el beso.


No pueden evadirse a la pasión que les envuelve y la caricia se prolonga hasta el ahogo. Ambos, extasiados en sus sabores, se sienten transportados a una dimensión ignota donde toda percepción de la realidad son sus almas unidas en un solo sentimiento.


-Ven –dice Elis sin desasirse del cuerpo de Juanma y caminan abrazados al dormitorio de la joven.


Cumplidas las primeras manifestaciones de apasionamiento Elis toma el teléfono de la mesilla de noche.


-Mamá, hola mamá, no me esperéis esta noche, me quedo en casa de dos amigas de la oficina. –Y tras despedirse de su madre desconecta el móvil y se abraza de nuevo a Juan Manuel.


-Te voy a deshacer amor mío, esta noche y todas las noches de nuestras vidas. Tú has ganado el universo para mí y ya sólo soy tuya. Lo siento por papá.


Hasta la madrugada, a Gloria les suenan las campanas cubriéndose de rosas los dos cuerpos e inundados de amor bajo las sábanas.



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Al despertar, Elis conecta el móvil y se alarma al leer un mensaje que dice “llámanos cuanto antes, cariño. Es importante. Mamá”

-Hola, mamá ¿qué ocurre? –y tras la respuesta, un grito de alegría sorprende a Juanma.


Al colgar le cuenta que su padre acertó trece resultados de una quiniela que, aunque no representa una gran fortuna, sobrará para solucionar su precaria situación económica.


La felicidad inunda a la pareja que se ven liberados de la responsabilidad adquirida al confesarse su amor rompiendo el pactado compromiso de boda con Rafa. Se abrazan de nuevo, y de nuevo se bañan en las mieles del amor con la pasión desatada.


La dicha parece completa, pero en pie queda un juramento ante el autorretrato de Pieter van Lae donde se lee en la partitura musical "Un canon para tres voces" esta lapidaria frase:


“El diablo no bromea, no juega a juegos”.

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Carlos Serra Ramos

miércoles, 12 de agosto de 2009

El gran atasco



Las horas punta
*



Sentado en un banco del amplio bulevar, Javier observa complacido el atasco de coches que inútilmente intentan circular por la gran avenida de entrada a la ciudad.

El ensordecedor sonido de los claxon hace más estresante la obligada espera; los conductores se apean para otear, hasta dónde, la larga caravana que ocupa los cuatro carriles de la avenida. Bajan las ventanillas para jurar y blasfemar con el conductor vecino y maldecir desde al Sr. Alcalde al Presidente del Gobierno. Por si fuera poco, un tramo más adelante –justo frente a donde se encuentra Javier presenciando el caos –un coche se halla detenido sin nadie en su interior dificultando aún más la circulación.

–Pobre gente, hasta es posible que alguno sufra un infarto, eso es peor a que se te apague la lámpara practicando la espeleología a cincuenta metros de profundidad.

Con estas reflexiones para sí, y expectante, enciende un cigarrillo dispuesto a esperar hasta ver que pasa.

Veinte minutos después la situación no ha cambiado, pero un coche de policía consigue llegar al lugar donde el vehículo, al parecer averiado, es el prncipal obstáculo. Presencia divertido cómo los más próximos gritan y gesticulan sin que los agentes se inmuten ni respondan. Mientras dos de ellos empujan el automóvil un tercero mueve el volante y pronto queda aparcado sobre el paseo del bulevar.

Luego, a fuerza de pitido y moviendo los brazos como aspas, en unos pocos minutos van logrando que el tráfico se descongestione y media hora más tarde la circulación vuelve a su normalidad.

El coche sigue aparcado sobre el paseo y Javier que terminó su segundo cigarrillo da por finalizado el pasatiempo, mira su reloj y se dirige al automóvil, levanta el limpiaparabrisas, recoge la denuncia y se introduce en su interior mientras piensa.

–Las diez treinta. Bueno, hice tarde a la oficina y como ya se puede circular me vuelvo a casa; mi psiquiatra lleva razón, nada mejor para el estres que no inmutarse.



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Carlos Serra

lunes, 20 de julio de 2009

EL ESPEJO DEL UNIVERSO




Pensando en Ella


Abierta está mi ventana de par en par y observo embelesado el centelleo de los astros. Espectáculo que satura de Universo mi retina. Insondable misterio de locura, enajenamiento total por su hermosura que sólo a desvelarlo espero con la muerte.

Se me antoja espejo reflectante en el que ella también se mira. Única imagen admirada a un tiempo que nos une en la distancia, vínculo singular entre los dos.

En aquel punto, la estrella Polar señala el Norte, y el Este a su derecha, allí, donde se encuentra con sus pupilas prendidas igualmente en los luceros.

Así, no está tan lejos y llega con la brisa su suspiro, cálido cefiro de la noche que también me trae el susurro de su voz, y penetra en mis sentidos, como un eco repetido que

quedo dice... ¡Mi poeta soñador!
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Carlos Serra
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domingo, 5 de julio de 2009

LOS CRISTALES DEL AMOR



Recorte portada del poemario "El amor épico"
Colage de Rosa Buck
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Hoy, el día se me hace triste. La niebla cubre el valle y difumina el entorno. Se desdibujan los cuerpos y los árboles son sombras.

Sombras como las páginas de mi ayer donde tú estás impresa. Y apenas te recuerdo, se borró el tatuaje de tu nombre en mi retina, amor que fuiste. Hoguera en que quemé todas mis velas. Rendida mi admiración por tus encantos, sintiéndome tu dueño, medía con los labios tu piel como alabastro y mis manos paseaban tus veredas. Quería respirar sólo tu aliento y morir en cada uno de tus besos.

¿Recuerdas?
El paseo entre los álamos, arces y acacias en las orillas del río. Y al caer las tardes frías, mi pecho era el refugio para tu frío.

¿Recuerdas?
Las meriendas junto al torrente, que al rebotar entre peñas nos salpicaban sus aguas. Y te reías.

Y el lecho de hierba fresca bajo el sauce...
¿Lo recuerdas?
Nuestros juegos, las carreras... ¡Qué té cojo! ¡Qué té pillo! La playa, el sol... Noches de luna y arena en nuestros cuerpos desnudos.

No puedo creer tal desgaste en el amor ¡Si eras mi Cielo, mi noche, mi día, mi celo. Y todos los momentos de aquél entonces. Estrellas refulgentes las chispas de tus ojos, arrope y miel los jugos de tu boca.

Maldito el bendito amor que tanto engaña. Se derrite como el hielo siendo fuego. Bello y frágil cristal de Bohemia, que si rompe, lastiman sus fragmentos.

¿Me fui? ¿Te fuiste? Nos fuimos poco a poco sin apenas darnos cuenta.
Llama, incendio, lava incandescente que el tiempo va apagando. Al fin sólo el rescoldo. Después, nada.
Cenizas que cubrirán hasta el recuerdo.
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Carlos Serra
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martes, 30 de junio de 2009

SOMBRAS

Tomo la pluma y el papel para escribirme, que necesito leerme desde fuera porque los sentimientos se entrelazan, se dispersan; se diluyen o condensan sin que acierte a discernirlos y ordenarlos.

Quizá, plasmando las ideas en la palabra escrita, consiga valorar la sombra que me sigue y el tic-tac de los relojes que van contando el tiempo; quizá la luz del espectro en qué la vivo desdiga esta amargura y vuelva a sonreír, aunque siga la sombra tras mis pasos, que a fin de cuentas, la vida es la ilusión de lo que esperas, y es la muerte, lo que fue, por mucho que su sombra me persiga.

Pero hoy, esta noche, camino entre la niebla de la duda y la luz se desvanece como se desvanecen las sombras. Ya no hay recuerdos ni senda iluminada, sólo su imagen, que a lo lejos, emerge de la bruma, a lo lejos, sí, como dijo el poeta, a lo lejos…

Más aún me quedan las estrellas, luces en el cielo que titilan queriéndome decir en código Morse, que son muchos los candiles encendidos que aguardan tras la niebla.

Y puede que sí, quizás mañana las escuche pero esta noche… esta noche la quiero a Ella.

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Carlos Serra

domingo, 1 de febrero de 2009


-Cuento infantil- Serie de tres cuentos-
1 /3
EL DIBUJO DE KOKI


El cuento que voy a contaros me lo contó alguien que cuenta cuentos, y no se si es falso o cierto, pero como me lo contó, os lo cuento.

Mina había cumplido seis años, era rubita, de pelo largo, ni muy alta ni bajita. No es que fuera muy guapa pero tenía la carita más bondadosa que os podéis imaginar. Simpática y cariñosa como ninguna otra nena del barrio. Siempre estaba contenta. Todo le parecía bien, todo lo encontraba bonito y creía que todos sus amiguitos y vecinos eran los mejores del mundo. Hasta a don Cosme que siempre refunfuñaba, le tenía mucho afecto porque la dejaba subir a un coche viejo y abandonado que guardaba en su patio.

Le gustaban enormemente los animalitos y no entendía como algunos de ellos pueden regañar, por ejemplo, el perro y el gato, o el gato y el ratón. Ella tenía a Koli y a Loki, un perrito y un gatito que se llevaban muy bien. Eran buenos amigos y siempre jugueteaban juntos. Alguna que otra vez Loki, como era perro le hacía pequeñas perrerías a Koli, como acostarse en su camita simulando dormir, o lanzar junto a su oreja un fuerte ladrido cuando Koli estaba tan dormidito, pero éste no se enfadaba sabiendo bien que sólo era para divertirse.

Mina también era una niña sumamente aplicada y en el colegio siempre estaba entre las primeras de su clase. Pero sobre todo, lo que hacía muy bien, muy bien era dibujar. En esa habilidad ganaba todos los concursos y se llevaba todos los premios. La gente decía al ver sus dibujos -¡cuanto sabe esta niña! ¡Oh, que preciosos dibujos!

Los hacía tan bien, tan bien, que parecían figuras de verdad. Por ejemplo, dibujaba un pato y cuando cerraba el cuaderno, si se lo acercaba al oído se oía - cua... cua... cua...- y si era un gato -miau... miau... miau... - y si era un coche se ecuchaba la bocina, y si era una vaca, -muuu... muuuu...- y asi, todo.

Un día cuando se entretenía con su afición favorita, y como siempre, Loki y Koli a su lado les dijo.

- ¿Os gustaría conocer a Koki?

Loki y Koli movieron ambos las colitas y miraron a Mina con ojos de interrogación porque no sabían quien podría ser y la niña que les entendía muy bien les explicó

- ¡Ah, ya! Que no sabéis quien es. Pues un ratoncito que me acabo de inventar.

Y acto seguido empezó a dibujarlo a tamaño natural, con su bigotito y los dientes largos de ratoncito, el pelo blanco y la colita ondulante. Le dibujó unos ojos grandes, brillantes y negros, y los mofletes regordetes dando la impresión de ser un ratoncito muy glotón.

Cuando lo hubo terminado parecía tan real que Loki, el perrito, intentó con sus patitas sacarlo del cuaderno de dibujo mientras que Koli como era gato le miró con cierta desconfianza. - Os presento a Koki - dijo Mina mostrándoles el dibujo- a lo mejor un día tenemos uno como él y jugará con nosotros. Son muy divertidos, corren a pasitos cortos y no hacen daño a nadie. Parecen conejitos pequeñines. Y lo que más les gusta es el queso.

- ¡Guau, guau! - Dijo Loki.

- ¡Miau, miau! -Dijo Koli.

A juzgar por el movimiento de sus colitas y los saltos que daban, los dos querían decir que estaban contentos de conocer a Koki. Si le hubieran mirado en ese momento se habrían apercibido de que los pelos del bigote se le habían movido a causa de una sonrisa. Cuando Mina cerró el cuaderno, como acontecía otras veces con sus dibujos, pareció que se escuchaba en este caso el gritito de Koki.- Iiii… iii… iiiiii...

Pasaron unos días y todo seguía igual que siempre. El cole, los juegos, sus amigos, Loki y Koli. Y también Koki, al que saludaban cuando miraban el cuaderno de dibujo. Pero extrañamente le veían cada vez más gordinflón sin acertar a comprenderlo hasta que esa tarde Mina oyó decir a su mamá -Me parece que hay ratones en casa porque encuentro el queso mordisqueado, roído desde hace unos días ¡qué raro! Pondré una ratonera haber si le pillamos. Y dirigiéndose a ella le dijo.

-Mina, esto es una ratonera, un aparato que tiene un mecanismo para cazar ratones y no debes tocarlo porque te haría daño en los dedos si se dispara- y le mostró lo que era y como funcionaba.

-Si, mamá, pero si pilla al ratón le dolerá mucho. ¿Por qué no le dejamos? ¿Son malos?
Preguntó queriendo evitar que pudiera lastimarlo.

-Mina. ¡Que horror! ¡Un ratón en casa! –respondió su mamá a la que le asustaban mucho los ratones.

Enseguida fue a ver el dibujo de Koki. Temía que como era tan real se hubiera convertido en un ratón de verdad, y allí estaba. En la misma postura que lo dibujó pero ciertamente más gordito. Cerró el cuaderno y esa noche se durmió pensando si su ratoncito se escapaba del cuaderno para ir a comer queso.

Al día siguiente, se levantó antes que nadie y fue corriendo a la cocina donde su mamá colocó la ratonera temiendo lo peor. En efecto, en ella había caído un ratoncito. Era blanco como Koki, los pelos del bigote largos como los suyos, los dientecillos afilados y la misma colita, pero claro, eso no era posible. Koki sólo era un dibujo y por otra parte todos los ratoncitos son casi iguales.

La trampa le había aprisionado el rabito y debía dolerle mucho porque se quejaba y tenía los ojos llenos de lágrimas de tanto llorar. Miró a Mina temblando de miedo. Si hubiera sabido hablar le habría pedido perdón por robar el queso pero únicamente podía emitir pequeños grititos -¡Iiii..., Iiii..., Iiii...!

¿Sabeis que hizo Mina? Fue corriendo al botiquín, cogió lo necesario para curarle la herida, lo liberó de la ratonera tomando todas las precauciones y cuidados y vendó la colita justo en el momento de oír que sus papás se levantaban.

Tuvo el tiempo justo de volver a su cama con el ratoncito, pero con las prisas y por no lastimarlo no lo llevaba bien sujeto y, en un descuido, brincó de sus manos y escapó más deprisa que corriendo.

Tampoco le importó mucho porqué ¿qué hubiera hecho con él? ¿Donde esconderlo? Tampoco quería tenerlo a escondidas de su mamá y con el miedo que a ella le daban los ratones no lo hubiera permitido. Total, ya se encontraba satisfecha y contenta de haberlo liberado de la ratonera, ¡se parecía tanto a Koli...! Se lo contaría a Loki y a Koli.

Por la tarde, cuando volvió del cole lo primero que hizo fue precisamente eso, reunirse con su perrito y su gatito para contarles la aventura de la mañana.

-Mirad -dijo tomando una vez más el cuaderno de dibujo- era igual, igual que Kaki -y al mostrar el dibujo a sus amiguitos ¿a que no sabéis que vio?

Que Koki tenía la colita vendada sin que ella la hubiera dibujado. Ni que decir tiene que allí había un misterio, y por si acaso, a partir de entonces siempre le tuvo dibujado junto al ratoncito, un hermoso queso de Burgos.

Y como así me lo contaron, así os lo cuento, y… colorin colorado, el cuento se ha acabado ¿Os ha gustado? Pues otro día os contaré… ¡más cosas de Koki!

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3e premi diada de St. Jordi 1.998
Sant Feliu de Llobregat (Barcelona)

C. Serra Ramos




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sábado, 10 de enero de 2009

EL VALIENTE RATONCITO KOKI






Cuento infantil (Serie de tres cuentos)
(2 de 3)

EL VALIENTE RATONCITO KOKI



Había una vez un ratoncito pequeño y gordinflón llamado Koki que vivía entre las páginas de un cuaderno de dibujos. Una niña de seis años lo dibujó tan bien, tan bien, que se convirtió en un ratoncillo de verdad, pero claro, al mismo tiempo era un dibujo, y el cuaderno era su casita. Otros animalitos dibujados eran sus vecinos y amiguitos.

En ese cuaderno, la niña -que se llamaba Mina- creaba con el lápiz y su fantasía multitud de cosas y figuras; juguetes, paisajes, niños y niñas, y todos los animalitos que conocía.

Podéis imaginar lo bien que Koki se lo pasaba correteando por todas las páginas y jugando con todos los juguetes dibujados. Hasta conducía un cochecito muy lindo que Mina pintó un día.

Para que no se escapase nunca del cuaderno Mina le dibujaba tantos quesos como Koki se comía, pero cierto día, sus papás hubieron de marchar de viaje y ella se quedó en casa de su abuelita mientras ellos volvían. Como se retrasaron más de lo previsto, ocurrió que en una semana no pudo dibujarle a Koki el queso que necesitaba y, entonces el ratoncito, una noche y otra tambien, salió del cuaderno y se fué derecho a la alacena de la cocina, que es donde se guardan los alimentos. Nadie podía verle porque nadie estaba en casa y como tenía mucha hambre empezó a buscar por todos los cajones y armarios hasta encontrar un hermoso queso de Burgos que tanto le gustaba. Como no podía llevárselo al cuaderno porque no era un dibujo, se lo fué comiendo en la cocina noche trás noche. Cuando volvieron del viaje los papás de Mina ya casi lo había consumido todo.

Ni que decir tiene que pusieron ratoneras por todos los rincones porque su mamá tenía mucho miedo a los ratones. Claro que tampoco sabían que fuese el ratoncito Kaki.

Cuando Mina se enteró de que se habian puesto tantas trampas para cazar a su ratoncito fué enseguida al cuaderno, y... ¿sabeis que hizo? Dibujó una casita en la que Koki quedaba dentro. La pintó con la puerta cerrada para que no pudiera escapar y caer en la ratonera. Y, también le dibujó muchos, muchos quesos para que no pasara hambre.

Pero claro, entonces no era posible verle, de modo que se le ocurrió dibujar las paredes de cristal. Asi le veía, sabía que hacía y no podría escapar.

¡Aaah...! ¿Pero sabeís que pasó? Que al día siguiente, Koki tenía los ojos llenos de lagrimitas porque se encontraba prisionero en su casita transparente. Ya no podía salir a jugar ni visitar a sus amiguitos del cuaderno.

Cuando Mina se dió cuenta de la tristeza de Koki, borró la puerta que estaba cerrada y dibujó una más grande y abierta, y le dijo.

- Koki, podrás salir de la casita y pasear por todas las páginas del libro, pero por favor, no te escapes de él que mi mamá a puesto muchas ratoneras y corres un gran peligro si sales.

El ratoncito que sólo se convertía en uno de verdad cuando no había nadie, cuando nadie le veía, en esta ocasión movió un poquito la colita.

¡Aaah...! Queridos niños y niñas que leéis este cuento, o que lo escucháis. Aconteció algo que debéis saber.

Un día, poco después de lo que os he contado, Mina estaba como otras veces haciendo sus deberes del cole, y el cuaderno de dibujos lo tenía abierto por la página donde se encontraba Koki en su casita, que como era de cristal se entretenía observando lo que la niña hacía.

En eso, vio como Mina quería coger un libro de una estantería a la que no alcanzaba. Acercó una silla y se subió a ella con tan mala fortuna, que resbaló al suelo golpeándose en la cabeza.

Quedó quieta, como dormidita, y no se movía. El golpe fue muy fuerte y se había desvanecido. Koki al verla se asustó mucho y no sabía que hacer. Salió del cuaderno, bajó de la mesa y acudió a su lado. Con sus patitas le daba palmaditas en las mejillas y con sus dientecillos estiraba sus cabellos intentando reanimarla. Pero nada, Mina no se movía.

Entonces pensó que debía pedir ayuda y como, además, de glotón era muy listo, se fué corriendo a la cocina donde acostumbraba a estar su mamá. En efecto, la encontró barriendo el suelo y, plantándose ante ella, comenzó a chillar para llamar su atención ¡Iiii...! ¡Iiii...! que es como chillan los ratones. ¡Ay, cuando doña Elvira - que así se llamaba- vio al ratoncito!

¡Uy! ¡Uy! -Gritaba- ¡Un ratón! ¡Un ratón! Y con la escoba empezó a perseguirlo dando escobazos por todas partes. Koki los esquivaba como podía y con su patita delantera señalaba hacia la puerta.

Claro, doña Elvira no entendía nada y seguía con los escobazos. Koki se iba al pasillo pero la mamá de Mina no se atrevía a perseguirlo porque le asustaba Koki. Hay muchas señoras que tienen miedo de los ratones aunque sean pequeñines. Pero tanto insistió Koki en hacerse ver y en sus demostraciones para que le persiguiera que al fin, doña Elvira, con la escoba en alto y con mucho temor, fue tras él esperando la oportunidad de asestarle un golpe.

Cual sería su sorpresa al comprender la intención de Kaki, al descubrir a Mina en el suelo, como dormidita, sin conocimiento por el chichón recibido.

Se olvidó como es natural del ratoncito y de todo. La cogió en brazos, la llevó a su camita, llamó al médico y Mina se repuso pronto. No había sido nada grave y sirvió para que a partir de ese día, al ratoncito se le considerase como un héroe porque se había enfrentado a los escobazos de doña Elvira para salvar a Mina.

¿Y sabéis que? Pues que Koki pudo pasear libremente por toda la casa. Quitaron las ratoneras y la mamá de Mina perdió el miedo a los ratones.
¡Con deciros que alguna vez, principalmente los domingos, le invitaban incluso, a comer en la mesa!

Y colorin, colorado, este cuento se ha acabado, pero las aventuras de Koki no han terminado. Y yo espero, que el cuento de Koki os haya gustado.




C. Serra Ramos
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