martes, 11 de noviembre de 2008

LA ENCINA DEL ROQUEDAL



Un corto tramo del capítulo 1º

Mientras sube la calle Mayor camino del Valdés va pensando en visitar a tío Julián. Le intriga la historia de la encina y si es cierto que le pasó lo que cuenta le gustará escucharlo en su propia versión. No puede creer en aparecidos, no, sin embargo, lo que no confiesa a nadie es que la noche que cruzó el cementerio porque se quedó dormido en la iglesia, la ropa no le rozaba la piel del cuerpo, y en un lugar que se supone en silencio, le llegaba con claridad todo tipo de sonidos y murmullos. No pudo saber cómo saltó la tapia de dos metros.
Ahora bien –se decía para disculpar el miedo que sintió –a ver quien se hubiera detenido ante aquella cruz caída.
Se encontraba en el suelo junto a una tumba de mármol rosa y, en su carrera, no la descubrió hasta que tropezó con ella sin poder evitar que uno de sus pies pisara en el cruce mismo de los brazos. Le pareció un sacrilegio y volvió sobre sus pasos para colocarla sobre la lápida. A la luz de una media luna en creciente, aún baja en el horizonte, se alargaban las sombras de los mausoleos, ángeles inmóviles y cipreses contorneando sus relieves. Su argento daba de lleno sobre la losa y pudo leer con claridad “AURORA” y debajo: “20 AÑOS”. Y, por un instante se inhibió del entorno con un pensamiento para la joven repitiendo su nombre –Aurora… que contraste con esos años.
–Pero que horror cuando lo pienso, sentía en la espalda la sensación de que una pluma de ave me acariciaba la columna vertebral y se me puso la carne de gallina. Se movían las ramas de los árboles sin que me pareciese fuese el viento. ¡Cómo deseaba girar la cabeza para comprobar que estaba solo! No obstante, un sexto sentido me gritaba ¡Corre, corre y no mires atrás! Tres, cuatro lucecitas brillaban entre unas matas. Serán luciérnagas –me dije – pero cualquiera se paraba a comprobarlo y otra vez la voz en mis oídos ¡Corre, corre y no mires atrás! Y corrí, ¡madre mía si corrí! ¿Por qué será que en la noche intimida tanto el Campo Santo?
Y así, recordando y discurriendo conjeturas sobre si falso o verdadero el deambular de los espíritus, rebasa ya las últimas casas del pueblo y mira con respeto las puertas y ventanas cerradas. Los patios cubiertos de matorral, muros en ruina y tejas desprendidas de los tejados que denuncian el abandono. Nunca antes había parado cuenta y sabe que también en Benaque, Valdés, Jacamón y en todos los pequeños pueblos o caseríos que conoce en la comarca hay casas que no vive nadie. En cambio, esta tarde se le antojan caserones en cuyo interior quizá se oigan por las noches un arrastrar de cadenas y lamentos.
Doscientos metros más arriba, tras una pronunciada curva que sortea el primer roquedo, aparece a lo lejos la gigantesca encina.
Daniel, que la mira con mayor detenimiento que otras veces en tanto que su respiración se agita, casi duda en seguir o, bajar hasta la rambla por el camino que le recomendó su abuela.

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